Siempre he pensado que un niño o niña es una persona nacida con sus pensamientos, temperamento y toda una carga trasgeneracional tanto biológica como espiritualmente considerable, tan grande como el de la propia existencia humana. Y sin embargo, en este mundo actual donde todo gira en torno a la crianza respetada (que me parece bien los primeros años de vida) me veo a mí misma, ejerciendo como madre, compañera, responsable y a veces hasta psicóloga de un niño y una niña de tres y seis años.
Existen a mi alrededor tantos elementos y propuestas que aconsejan, juzgan, informan, transmiten o como queramos llamarlo, con miles de bases pedagógicas, psicologicas, sociológicas, biológicas, que me dicen como sería bueno criar a los niñ@s para que salgan emocionalmente sanos, con autoestima suficiente, y por supuesto una estimulación y potenciación adecuada de sus dones o áreas de inteligencia o periodos evolutivos. «Ser asertivo, transmitir con respeto, intentar empatizar»… todo ronda en mi cabeza cuando una situación me descoloca, cuando me hace clic o me supera…. Muchas veces me he sentido abrumada buscando una reacción ante una situación crítica con mis hijos, buscando algo que fuese como «debiese ser»… y en realidad esto me estaba pasando factura, porque en el tema de la crianza las cosas son como son (no como creemos o nos dicen que debiesen ser) y los padres y madres nos apañamos como buenamente podemos.
Hace aproximadamente un año en pleno berrinche de mi hijo pequeño, después de analizar sus reacciones desde todos los puntos de vista habidos y por haber, probar todas las formas y diagnosticarme a mí misma como «desconectada de mi hijo», un término usado actualmente para denominar a las madres que como yo, no conseguimos entender que «leñes» le pasa a nuestro hijo en momentos que ni él se entiende. Ante esta situación parece que la única salida es conectarse rápidamente, como si fuese tan sencillocomo comprar un cable especial que enchufas a tu hijo y a ti misma, ¡y alaaa, tira palante que ya tienes conexión!.
Después de fustigarme unas poquitas miles de veces como mala madre y todo eso, me paré a pensar y me di cuenta de que el pequeño no se «empanaba» de nada, realmente la situación me estaba superando muchísimo, hasta el punto de querer gritar y patalear, pero intentaba transmitírselo a mi hijo en un formato «adulto», ese formato racional que «debe comportarse» y que cree saber lo que un niño a esa edad puede entender o no a nivel lingüistico e integrar a nivel psicológico. Y la razón de todo el problema era que sencillamente le estaba ocultando a mi hijo que la situación me estaba superando mucho.
… Y en el fondo¿qué se yo de mis hijos? No sé nada apenas, no sé más de lo que ellos me muestran, no sé más que sus manías y virtudes, tan iguales a las de cualquier otra persona, adulta o niña..
Así que en pleno berrinche de mi hijo decidí enfadarme igual que una niña, soltando todo lo mucho que la situación me fastidiaba (incluso con palabrotas de por medio y llantos) y de repente él entendió que yo estaba realmente dolida y bloqueada por esa forma de actuar suya. Esta situación supuso que me cuestionase lo siguiente: ¿por qué me tengo que poner en un formato legible para los niños a la hora de entenderlos y transmitir las cosas, y ellos no me pueden entender a mi? Realmente creo que si alguien a día de hoy, tiene capacidad de interpretar, entender y asimilar todo tipo de información emocional, esos son los niños y niñas, porque son intuitivos cien por cien y saben de que pie cojeamos cada adulto.,
Tengo que reconocer que desde esa no me corto un pelo en tirar agua fría a algún niño cuando me está mojando sin cesar y mis intentos por dialogar son en vano, otras veces paso de preguntar las cosas a nadie y las impongo sutilmente, y otras muchas veces me tiro al suelo con un gesto de «esto no puede ser, tierra trágame». Últimamente me enfado igual de rápido que lo haría un niño, pero también he conseguido así que se me olvide igual de rápido, sin cargas ni rencores. Y a mi me ha liberado… y creo, de corazón, que a mis hijos también.
«A veces me veo pidiendo disculpas a mis hijos, diciéndoles que estoy pagando una frustración personal con ellos, y a veces les digo que lo que hacen es una putada que sacaría de quicio a cualquiera y estoy en mi derecho de reaccionar con un enfado».
Todo padre y madre tienen derecho a pedir apoyo a sus hijos, y comprensión y respeto, porque al fin y al cabo criar es un responsabilidad y un gran quebradero de cabeza , y es más trabajo del que un niño o niña (al menos en mi entorno) se pueda imaginar. Quiero que mis hijos sepan que cuidarlos es a menudo un esfuerzo, que a veces uno no puede ser incondicional todo el rato y que gustosamente me retiraría del papel de madre por unos días; sin que eso suponga un abandono, sinó un desahogo y una petición de apoyo y compañerismo.
Realmente como padres hemos regalado a los hijos y hijas la oportunidad de estar aquí (cosa que yo agradezco enormemente a los míos) , pero sobre todo hemos regalado la oportunidad de estar a nuestro lado y poder ser unos compañeros más de vida, en lo bueno y en lo menos bueno.
Intento pues, y no siempre lo consigo, que los niños que me rodean estén conmigo porque soy yo, esa que tiene unas reacciones que no muchas veces encajan en las recomendaciones bibliograficas sobre crianza y respeto, pero de alguna manera son formas de hacer más cercanas a lo que yo soy y a lo que siento en el momento de la situación.
Mi experiencia de vida me lleva cada vez más a creer más que no estamos preparando a nuestros hijos para respetar los temperamentos y necesidades de los demás cuando no son comunmente entendidas como «Positivas» pero ahí están y salen, como seres emocionales que somos.
Gracias por decirlo!!!